La ciudad se
había vuelto oscura, y aunque sus murallas estaban iluminadas por antorchas
incluso durante el día, el gris del cielo opacaba todo posible brillo que
pudiese resultar bello. A la gente le preocupaba demasiada aquella oscuridad
del horizonte, pero nunca se enteraron realmente lo que paso ese día, y cuando
el sol se ocultó, la paz había vuelto a esa tierra.
“Como puede pretender este forastero que
esas cosas dobleguen la magia de siglos y la astucia de guerreros milenarios,
esta demente” dijo la mujer que fue asignada a su lado. Fueron las ultimas
palabras que se escucharon, el estruendo en los cielos asusto a cientos de
miles.
Dragones dijeron, escupían rocas de hierro y fuego, quemaban todo a su
paso, magos y brujas, criaturas de los bosques ácidos, guerreros de la penumbra
y demás ardían por igual, sin tiempo al dolor, desaparecían. Era demasiado para
procesar, demasiado para entender y muchos empezaron a temer.
No tuvieron
tiempo de invocar demonios, de romper la tierra, ni de envenenar inocentes. No hubo
tiempo de siquiera conjurar el fuego de Balkora, ni las maldiciones que hacen a
todos volverse en contra de los suyos, todo había sido reducido a cenizas.
Nadie pudo sentir nunca una presencia viva en los cielos, y esa fue su
perdición.
Las cosas podrían
haber salido muy mal, pero el arte de dar golpes sorpresivos siempre fue su
fuerte, buscar alternativas y no tener miedo de romper tradiciones, de
blasfemar contra los dioses de su gente, ni los de la gente.
Ese día muchos empezaron a sentir una fuerte lealtad hacia el… Pero entre ellos estaba aquella mujer que no permitiría que algo asi volviese
a ocurrir en sus tierras, ni siquiera contra sus enemigos.
Tarde esa noche
se lo llevo, veneno en una bebida fue suficiente, y cuando el antídoto hizo
efecto en la madrugada y vio sus ojos, supo que no podría sacarle la información
que quería, no sin antes engañar su corazón, y su confianza.
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